lunes, 8 de abril de 2013

Reencuentro.


Arrepentimiento.
Antes yo no conocía el significado de esa palabra. Empezamos a familiarizarnos cuando me di cuenta de que sin él no podía. Que sensación tan horrorosa, querer volver atrás y reparar mis actos. 

Nunca perdí la esperanza de recuperar lo perdido.

Unos meses más tarde, que dolían como años, allí estábamos. En aquella plaza donde nos habíamos besado una y mil veces. Un lugar que yo conocía especialmente bien.
La luz de esa noche era toda artificial, el cielo nublado entero, luna nueva y solo unas cuantas farolas nos permitían ver algo. Sin embargo a mi todo me parecía tan mágico.

Él me miraba con rencor, casi con odio. Mi mirada se perdía una y otra vez en la suya y sin obtener respuesta, los ojos se me cerraban cansados y tristes de ver lo que veían.

El silencio era mutuo y nadie lo rompía. Los minutos a mi favor pasaban lentos, el par de cigarros no se consumían.
 Sabía que él tenía que romper en insultos y lágrimas para que el rencor por fin se perdiera. El momento fue duro, pero no lo recuerdo con claridad.

Ahora por fin me mira con otros ojos más cálidos, aunque se nota duda en su mirada.
Yo sentía mil cosas por dentro. Amor, dudas, miedo, deseo, y cómo no arrepentimiento.

Llegó el beso. Se me olvidó donde estábamos por un momento. El calor de sus labios, aunque heridos, era el mismo. ¿Hay algo más poderoso que el amor?

No sé cómo llegamos hasta allí, pero su cama no estaba como yo la recordaba.
Ahora parecía más pequeña, su almohada ahora no estaba llena de sueños y sus sábanas eran por primera vez frías.
Allí calmamos el rencor, el odio desapareció. Derrochábamos amor.

Sólo le dejé claro que algo en mí también había cambiado. Ya no le quería regalar palabras de ensueño. Ahora le iba a regalar hechos de ensueño.

 Quisimos un amor sin exigencias de futuro, como dijo Jaime Gil de Biedma.
Pero estoy segura, de que no habrá más reencuentros. No será necesario.






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